lunes, 15 de agosto de 2016

Hula hop

Ya llevamos más de treinta minutos esperando el bus. En vacaciones es siempre igual, los buses pasan cada que aparece un burro volando. El sol nos estaba chamuscando. Mi madre me había dicho en la mañana: -hija, llevarás gorrito. Pero yo, terca como una mula, no le hice caso. Mi pobre madre iba super cargada: la mochila con la comida para el picnic, el hula hula para la competencia que habría en el parque, las chompas por si lloviera en la tarde, su cartera, y un paraguas inmenso por si las moscas. ¡Ella era siempre tan previsiva! Yo, en cambio, soy una desorganizada del san flautas. Eso sí, para salir de casa yo siempre estoy lista en cinco minutos, mientras que a mi mamá le toma una hora. Tiene que dejar todo ordenado y en su puesto antes de salir. Finalmente llegó el autobús. El chofer iba endemoniado. Quien sabe la razón, pero manejaba pésimo: frenaba a cada rato, no sabía cambiar las marchas, metía el acelerador hasta el fondo para pasar a los otros buses, se cruzaba sobre otros autos, no se quedaba en el carril exclusivo para buses, paraba en donde le daba la gana, casi se pasa dos semáforos en rojo y, aunque todos le gritábamos y pifiábamos, le valía. Luego de veinte paradas y diecisiete minutos de martirio, llegamos a nuestro destino. ¡Qué alivio! Puf. Ya en el parque, fuimos directo al lugar en donde sería la final de la competencia de hula hop. Yo estaba feliz y nerviosa a la vez. No veía la hora de estar subida en la tarima, y competir. Me había pasado entrenando dos horas diarias. Estaba lista, y tenía la seguridad de que sería la ganadora. Éramos diez chicas las finalistas (jajaja, ningún hombre lo logró, jajaja). Había muchas familias apoyándonos. Papás, mamás, hermanas y hermanos, abuelitas, y hasta perros. Yo sólo tenía a mi mamá. Mi padre vivía lejos. No tengo hermanos. Mis abuelitos se habían muerto. Mis tíos vivían sus vidas. A mis primos les importamos poco. Mi madre lo era todo para mí. ¡Estaba lista! Nos llamaron por el micrófono, subimos al escenario, y pusieron música que mi mamá odia: reggaetón. A mí si me gusta, es divertida y tiene ritmo. Mi mamá me asegura que cuando entienda la letra ya no me gustará el reggaetón. Yo no le hago mucho caso. Es un poco antigua. Desde arriba todo se ve diferente. Serían los nervios, pero yo no lograba saber cuanta gente nos estaba mirando y aplaudiendo. Solo sé que una por una, las otras finalistas se iban eliminando. A una pobre chica, mayor que yo, en uno de los desafíos se enganchó con el hula hula en una pierna y se cayó. Me dio vergüenza ajena. Yo seguía concentrada. Ya quedábamos solo tres finalistas. Llevábamos diez minutos de competencia. Muchos aplausos. Una niña chiquita se subió a la tarima. Yo comencé a sudar de los nervios. ¡Chuta! –pensé- ahora sí la que perderé seré yo. Menos mal la niña se quedó en su puesto. La tercera chica se eliminó. Éramos solo dos en el escenario. La otra finalista seguro tendría unos cinco o seis años más que yo. Se le notaba nerviosa. Yo también lo estaba. El maestro de ceremonias era un poco tramposo. Yo sabía que él estaba a favor de la otra chica. Me concentré aún más. Me había olvidado de llevar gafas, y el sol me daba en los ojos. Éramos mi hula hula y yo. Bueno, el hula hula que me dieron y yo. No pudimos competir con nuestros hula hulas (decían que podíamos hacer trampa). Pero el tramposo era el señor del micrófono. Yo me di cuenta de que él tenía algo a favor de la otra finalista. Logré tranquilizarme. El premio no era un gran qué, pero yo quería llegar el primer día de clases del colegio y decirles a mis compañeras que había ganado el campeonato de hula hula. Me comenzó a doler la espalda. Al mancito ese del micrófono se le ocurrió un último desafío: había que agacharse y topar el piso con una mano, mientras seguíamos haciendo hula hula. Imposible –me dije-. Y, claro, al intentarlo, plop, se me cayó el hula hula. La otra chica, más pilas, ni lo intentó. Quedé segunda. No me importó tanto que digamos. Mi mamá me abrazó. La otra chica era mayor, y estaba super contenta. Vi -que al terminar- ella se acercó a un chico, le dió un beso en la boca, y le dijo: -gané. El novio de la ganadora sonrió, y con su mano derecha le tocó la mejilla. Era ciego. Yo sonreí, y fui a felicitar a la ganadora. Un buen día –pensé-. Había hecho feliz a mucha gente, y no me había costado nada. María Sara Jijón C. Quito, 11 de agosto de 2016 Foto: MSJijón

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