lunes, 15 de agosto de 2016

Manuelito

Esta mañana me pasé buscando a Manuelito por toda la casa y el rufián ha estado metido en la biblioteca de su padre. Aprendió a leer muy pronto y ahora se la pasa leyendo todo el día (estoy segura que tiene varios libros metidos debajo de su almohada). No le gusta nadar, ni practicar esgrima, ni ningún otro ejercicio propio de nuestra familia. Eso sí, monta muy bien a caballo, pues nació subido en uno. Aunque es un gran jinete estoy segura de que jamás practicará la equitación en serio. Solo de pensar en saltar le entra el pánico. Aunque ama a su padre y le sigue a todos lados, jamás será como él: disciplinado, valiente y estratégico. José Manuel, como lo llamo cuando me enojo, ha aprendido correctamente todos los modales que se requiere de un caballero. Mi esposo, Jacinto, un hombre altamente cultivado, curioso e inquieto, se la pasa excavando en nuestras propiedades y en muchos otros lugares de toda la nación. Manuelito, aunque recién entrado en la adolescencia, lo acompaña en sus investigaciones arqueológicas las veces que Jacinto se lo permite, pues su complexión delicada no le posibilita seguirle el ritmo. Mi esposo está completamente loco por la arqueología. Cada día llega con nuevas teorías sobre la historia del país. Pone en tela de duda inclusive los más importantes postulados del padre Juan de Velasco. Yo le digo que no se ponga en contra de los curas, pues le debemos mucho a la Iglesia que siempre nos han apoyado en todo momento. Manuelito es diferente, más mesurado que su padre. A pesar de aparentar ser un jovencito impulsivo y divertido, siempre piensa diez veces antes de hablar. Parece un joven viejo y a ratos demuestra ser más maduro que su propio padre. Como la esposa de un hombre importante sé mantener siempre mi lugar. Soy quien aconseja a Jacinto en cada decisión concerniente a nuestros múltiples negocios y bienes, y también en lo referente a la política. De hecho, las mejores decisiones que ha tomado han sido por mi excelente olfato en estos temas. Soy quien puede darse cuenta de quién es confiable y quién no, y sobre cuál inversión conviene y cuál no. Mi esposo confía en todos: si fuera por él aceptaría toda propuesta e invertiría todo nuestro patrimonio en muchos proyectos irrealizables. Ya ha gastado gran parte de nuestra fortuna en sus artilugios, en sus viajes por todo el país y en la gigantesca colección arqueológica. Ni hablar de todo el dinero invertido en agrandar la biblioteca, la cual ya estaba bien dotada con todo lo heredado por su familia y la mía. El archivo histórico que tenemos es extenso y probablemente el mejor conservado de todo el Ecuador. Sí, mi esposo es un erudito, y no es mal administrador de nuestro patrimonio. Pero yo soy el cerebro detrás de sus aciertos: yo mantengo mi lugar, a su lado, cuidándole las espaldas y siendo siempre sus oídos; silente y perspicaz. Mi hijo Manuelito tiene que ser aún mejor que su padre. Lo estoy educando para que sea un gran heredero de nuestro linaje. Aunque no tiene la erudición del padre, es un chico sincero, astuto y obediente. Me adora y hará siempre todo lo que yo le aconseje, en eso se parece a su padre. Manuelito es mi mejor legado para el país. Lo estoy impulsando para ser un gran administrador. Ama a su patria, a pesar de que hemos debido salir al exilio en varias ocasiones. La política es perversa y no le aconsejo a nadie dedicar demasiado tiempo a esas lides. ¡Cuán ingratos han sido muchos con nosotros! Nuestra estancia en Lima, por ejemplo, a pesar de haber sido grata, fue también triste. Nuestro partido, el Conservador, es grande y ha logrado ya bastantes presidencias y alcaldías. Los logros de mi esposo han sido importantes. Creo que ya ha servido suficiente al país y a la ciudad. Ahora nos toca con Manuelito. Manuelito es brillante y, aunque le falta el temple de su padre, es encantador. Lo estamos preparando para ser Presidente de la República. Los primeros años lo educamos en casa, con los mejores tutores del país. Ahora asiste al mejor colegio de Quito, el San Gabriel. Algunos jóvenes se burlan de él y le dicen el Cuasi Conde. Otros le sacan en cara lo de la Orden de Malta. Lo bueno es que Manuelito sabe manejarse en esas situaciones; él mismo se ríe del asunto y, al contrario, hace cada vez más amigos. Es un quiteño de pura cepa, entrañable conversador. Seré feliz cuando vea a mi hijo convertido en un hombre hecho y derecho, casado con una bella esposa que esté a su altura, una dama que le ayude a continuar con nuestra estirpe y a crecer nuestro acervo cultural y económico. La Circasiana, con todas nuestras riquezas, es nuestro mejor patrimonio, y espero que Manuelito lo sepa cuidar y mantener. Debo confesar que Jacinto ha sido débil en muchos aspectos. Por eso me esfuerzo todos los días para que Manuelito no lo sea. Dios permita que yo llegue a ver a mi hijo convertido en el líder que yo veo en él. María Sara Jijón C. Quito, 13 de agosto de 2016 Foto: Jacinto Jijón y Caamaño y su prima y esposa María Luisa Flores Caamaño. Archivo Nacional de Historia.

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