lunes, 15 de agosto de 2016

Nada, pero nada de nada

Esa mañana me desperté acelerada, pues no sonó el maldito despertador. Me quedé dormida más de la cuenta. Mi cuerpo abre los ojos religiosamente todos los putos días hábiles a las seis de la mañana, pero siempre mi cerebro me dice a mi misma: -quédate en la cama unos diez minutitos más. Nunca son diez, son siempre treinta o más, y debo levantarme hecha loca; ponerme chanclas y chal y bajar a la cocina a preparar el desayuno. Mientras hierve el agua y pasa el café, vuelvo arriba y me doy una ducha flash. Bajo a medio secarme, con la toalla en la cabeza, saco la tetera y la moka de las hornillas y me tomo el desayuno al vuelo. ¡Púchicas!, hoy, ni pan ni queso, pues anoche me desocupé tan tarde ... En fin, salgo pitada a coger un taxi, pues hoy sí que me quedé demasiado en la cama. Me gusta ir a pie a la oficina o a veces tomo el bus. Pero hoy, ni muerta, toca agarrar taxi. Llego a la oficina y encuentro mi escritorio repleto de papeles. Es un relajo tu puesto de trabajo -me dije a mí misma. Así es que medio medio hice espacio sobre la mesa para la agenda y me puse a escribir una lista de los pendientes urgentes. Al medio día, volví a ver el reloj. No había tenido tiempo ni de ir al baño, peor de tomarme un vaso de agua. El poto lo tenía plano; así es que me levanté, relajé un poco las piernas, salí de mi cubículo y me fui a buscar un vaso. ¡Qué deliciosa estuvo el agua! En ese instante me acordé que el man no me había llamado en todo el día. Ni un sms, ni un mensaje de whatsapp, ni un mensajito en el chat del “cara e libro.” Nada. Así es que lo llamé yo. Nada, ni el celular de movistar, ni el de claro; ni el fijo, en su casa: nada. No había cómo ubicarlo. Ya me comencé a preocupar -como siempre-. ¿Le habrá pasado algo? ¿Le habrán asaltado? ¿Se habrá largado con otra? Llevaba ya dos días completos desaparecido. Con este ya iba el tercero. ¡Nunca se había desaparecido por tanto tiempo! Tal vez por un par de horas por estar en alguna reunión, eso es normal, pero siempre me mandaba algún mensaje, o algo, para que yo sepa en qué se hallaba. No es que me gustara estarlo controlando, pero él mismo me contaba todo. Opté por llamarlo a su trabajo (de la pura desesperación). Me contestó una de sus compañeras de trabajo, y me dijo. -No está, salió. No me dijo nada más. No podía ser más seca la hijueputa. Ya era casi la una de la tarde y mi panza comenzó a sonar. -Hambre, me dije. Así es que salí a comer cualquier cosa. Cerca de mi oficina hay un mercado municipal buenísimo. La fruta, las verduras, el pescado fresco. Todo es buenísimo. Pero lo mejor son los hornados y los almuerzos ejecutivos. Hoy no tenía ganas de hornado, así es que me pegué una sopa de bolas de verde, deliciosa, suculenta, barata. Volví a la oficina. Fui al baño, me lavé lo dientes, trabajé hasta las seis y al salir del aburrido día de trabajo opté por ir directo a su departamento. Ya no podía más. Llegué a las siete, pues esta vez sí me fui en bus. Timbré suavemente: nada. Esperé cinco minutos, y luego comencé a timbrar como loca. Al cabo de otros tres minutos exactos abrió la puerta. Me quedó viendo como si yo fuera una aparición. Oye -le dije- ¿qué te pasa? Nada -me contestó- nada, pero nada de nada. -¿Cómo nada?, déjate de cosas (la verdad, ya me estaba enojando), te he llamado infinidad de veces, y ¿tú?-. ¿Sabes? -me dijo- yo te amo, pero ¡ya no te aguanto!- Me quedó mirando y sonriendo con cara de Jack Nicholson. Se puso una chompa y me dejó allí, en el dintel de la puerta principal de su depar. Yo me quedé de una pieza mirando cómo el amor de mi vida salía huyendo, como desaforado, como si el Diablo le estuviera persiguiendo y corrió seis cuadras a toda velocidad, hasta que lo perdí de vista. Me quedé allí, absorta, pensativa, hueca. Y me dije a mí misma: ¡Se fue! María Sara Jijón C. Quito, 9 de agosto de 2016 Foto: Carlos Vallejo

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